Permítanme, a modo introductorio,
agradecer a este fresco del otoño recién estrenado que me dé la vida de la
misma manera que me la quita la canícula agostil, así que en por ese lado las
cosas van yendo a mejor. Quizá sólo por ese lado.
Permítanme, a modo introductorio,
agradecer a este fresco del otoño recién estrenado que me dé la vida de la
misma manera que me la quita la canícula agostil, así que en por ese lado las
cosas van yendo a mejor. Quizá sólo por ese lado.
Agosto ya, mes vacacional por excelencia. Permítanme ser poco original con el asunto sobre el cual les voy a escribir esta vez.
Arranquemos diciendo que el poder, para las ciencias sociales, es la capacidad de un individuo o de una organización para dirigir o influir en el comportamiento de las personas. Y pareciera que con esta definición no habría nada más que añadir al respecto, pero dejen que me remangue.
No, no vengo hoy a contarles que ya hace calor y que, aunque sólo llevemos tres o cuatro días en su compañía, ya echo de menos las tardes de manta, las noches de nórdico, los paseos con plumas y jersey de cuello vuelto. No. Hoy les vengo a hablar del tiempo como concepto cronológico.
Si me leen ustedes desde Zamora, que suele ser lo más habitual, entenderán que el artículo de hoy esté dedicado a la normalidad.