Hay un momento en el día en el que
uno se queda plantado delante de la ventana, con la mano en la cinta de la
persiana, dudando si bajarla, como quien echa el telón de la obra teatral del
día, para pasar a una oscuridad total antes de que el interruptor de la pared
nos ilumine con la falsa realidad de la luz eléctrica.