Hace
un tiempo, en uno de esos paseos míos por Valorio de los que tanto les
hablo, conocí a un hombre. El hombre era un tipo de lo más común, no
tenía ningún rasgo que le caracterizara o pudiera diferenciarlo de
cualquier otro hombre. ¿Qué de qué hablábamos? De nada, dado que no
tenía boca.